Juan Mayorga

«Teatro es el nombre de un arte y también el del lugar en que compartimos algunas de esas cosas por las que merece la pena vivir: la imaginación, la memoria, la escucha de otras voces, el placer mismo del encuentro. Parece antiguo porque encontró hace tiempo su forma, que también nos servirá mañana: la asamblea de ciudadanos libres que, ayudados por los actores, examinan la existencia humana. El teatro es el arte del futuro.»

El teatro es el arte del futuro. Su forma, que encontró hace más de veinticinco siglos, es hoy tan poderosa y fértil como entonces, y también lo será mañana: una asamblea de ciudadanos que, libremente, se reúne para, convocada y conducida por unos actores que representan ante ella ficciones, examinar posibilidades de la vida humana. Sus dos marcas son la reunión -qué interesante es que su nombre designe tanto este arte como el lugar en que se hace- e imaginación -pues lo que en él sucede no ocurre finalmente en el escenario, sino en la mente de aquel espectador al que el actor convierte en su cómplice-.

El teatro es, por supuesto, importante para quienes lo hacen y lo disfrutan, pero también para los que no asisten a él. Porque una ciudad con teatro es más rica, más fuerte, más crítica, más capaz de resistir. Ocurre que en el teatro -en ese arte y en el lugar en que se produce- se nos ofrecen muchas de las cosas por las que la vida merece ser vivida. Para empezar, la ocasión misma del encuentro con personas a las que aún no conocemos. También la ocasión de imaginar, de hacer memoria, de escuchar la palabra de otros… Y, finalmente, la ocasión de encontrarnos con nosotros mismos. No con una copia de nosotros, sino con esos otros que también podríamos ser. Porque el teatro es el arte del actor, y cada actor puede ser nuestro doble. Así como el teatro puede ser un doble del mundo que lo ensancha y lo ahonda.