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Fátima Anllo

«El hormigón del sistema escénico está enfermo. Convirtamos el común hastío en fuerza colectiva. Miremos al origen para rescatar el futuro. Levantemos un edificio virtuoso para la vida digna de ser vivida en el que sea posible equilibrar el hacer, el crear, con el ser hecho por la fortuna y el mundo.»

Recurrimos al aluminosis como metáfora de la enfermedad de las artes escénicas. El sistema escénico en España es disfuncional. Es un defecto de origen. El desajuste estructural ancla sus raíces en los primeros años del periodo democrático. En la Transición había prisa por recuperar el tiempo perdido, así que para levantar el entramado del sistema se recurrió a cemento aluminoso. Fragua rápido, pero enferma pronto.

Los defectos de esa construcción acelerada inciden con especial intensidad en la creación independiente, la más amenazada.

En el resto de los países occidentales goza de especial protección mediante mecanismos institucionales, fiscales, laborales, etc. En definitiva, de ella depende la generación de valor y capital creativo del resto del sistema. Sin embargo, en España, paradójicamente, la creación independiente que genera los contenidos en el ámbito del teatro, la danza, la música y el circo, es el único elemento del sistema que se ve obligado a trabajar en régimen de mercado en un contexto donde el resto de los agentes no operan según esos mismos criterios. Es una situación que no tiene parangón en el mundo occidental. En ninguno de esos territorios, la parte más frágil – aquella que trabaja en condiciones de mayor riesgo e incertidumbre – es la más desprovista de cauces para su sostenibilidad.  En todos ellos, las políticas culturales orientan las dinámicas de flujo de recursos para asegurar una creación independiente robusta y vibrante.

A pesar de la idea ampliamente extendida de que se trata de un “sector subvencionado”, las investigaciones realizados por el Observatorio de Creación Independiente (OCI), indican que más del 80% de la financiación de compañías independientes procede de los recursos propios obtenidos por de la venta de sus productos y servicios. En el resto de Europa, en el entorno de la Commonwealth y en Norte América, los recursos propios alcanzan, en el mejor de los casos, como mucho, el 60% de los ingresos[1].

Simultáneamente, la cultura en España se ha visto afectada por un fenómeno común en los grandes sistemas de provisión de servicios públicos. Por su dimensión y relevancia tienden a perder perspectiva, situando el foco en su propio mantenimiento. Se produce una distorsión que los lleva a pensar que su simple sostenimiento permitirá cumplir los objetivos para los que fueron creados. Las estructuras, la tradición y el procedimiento terminan tomando el control. Desde su propio ensimismamiento, acaban exigiendo al entorno que se adapte a su funcionamiento. Y, sin embargo, la experiencia demuestra que, para realizar su función necesitan revisarse, transformarse, adaptarse. Solo así mantienen el necesario equilibrio capaz de producir los efectos deseados.

La Gran Recesión de 2008 – y ahora la pandemia por covid – han acelerado los procesos de desestructuración y atomización de la creación independiente en España, acompañados de una enorme precarización laboral y salarial. El desánimo, la tristeza, el cansancio, la desilusión son algunos de los términos que expresan el estado anímico del sector.

Para buscar soluciones, siempre es bueno volver al origen. Una de las principales reflexiones de las tragedias griegas giraba alrededor de la idea de virtud, de la forma en que sería posible la realización de una existencia humana virtuosa, digna de ser vivida. Y la respuesta está en ese frágil equilibrio capaz de combinar el hacer – nuestra capacidad de aportar, de crear – con el ser hecho, con dejarnos transformar por la fortuna, por lo contingente, por el entorno, por el mundo, por los otros.

El sistema cultural, en especial el escénico, necesita reparar su entramado enfermo y levantar políticas virtuosas que sitúen de nuevo en el centro los dos elementos que lo justifican: la creación y la ciudadanía.

Pero también la creación independiente tiene capacidad de agencia, no ha de esperar a que sea la fortuna quien traiga el futuro. Y para ello, nunca fue tan necesario un hacer común que integre la fuerza colectiva y dejarse ser hecha por las realidades del mundo. Solo cuando el teatro se hace significativo para la vida, encuentra su sentido y las complicidades para seguir avanzando.

A impulsar procesos de acción común colaborativa que fortalezcan la posición de la creación independiente en el sistema es a lo que se dedica el OCI.

[1] Para dar una idea de la situación, en Estados Unidos, país considerado como el modelo donde las artes dependen en mayor medida del mercado, los recursos propios obtenidos por el sector de las artes independientes se sitúan en el mejor de los casos en el 60%. Americans for the Arts (2019): “Arts Facts: Arts Organization Revenues”, NY.

Etorkizunerako Mezuak:
«La creación independiente tiene que crear sus propias fuentes»
«Yo creo que nos define más la razón de ser» «El problema que nos afecta a nosotros lo compartimos con el sector social»

Una respuesta a “Fátima Anllo”

  1. Victor Bernal dice:

    «Convirtamos el común hastío en fuerza colectiva».

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